Tratando de ser lo más “gráfico” posible en mis escritos, quise poner un ejemplo para explicarle a mis hijos, cual fue la consecuencia del pecado en nuestras vidas. El punto de partida aquí, es entender que significa la palabra pecado. Pecado no es otra cosa que desobedecer a Dios. Una vez fuimos puestos en el Paraíso se nos dieron instrucciones claras y precisas para disfrutar y gozar de todas las cosas creadas allí. Sin embargo, había un impedimento, una prohibición o un mandato que debíamos respetar. Así lo registra la Biblia en el libro de Genesis: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Gen 2:16-17 Unos renglones adelante, Genesis 3 nos describe en detalle como el hombre (Adán y Eva) incumplieron dicho mandamiento y desobedecieron. Es decir, Pecaron. Como resultado de ese pecado, fueron expulsados del paraíso. Casti
Es claro y reiterativo que la humanidad perdió el norte y vaga sin rumbo hacia cualquier parte. Peor aún, anda en absoluta oscuridad y por lo tanto, no sabe hacia donde avanza. A menos que logremos reconectarnos a la fuente de luz, aquella a la que le huyen las tinieblas, su fin será un desastre. En el Salmo 119, que no está por demás decirlo, es el más largo de ellos, y se encuentra casi en la mitad de la Biblia, encontramos una fuerte y permanente invitación del Señor a que lo conozcamos en su Palabra. Exhortaciones recurrentes a lo largo del mismo, nos indican que su Palabra nos vivifica, nos aviva en su caminar y nos conforta en su misericordia y en sus juicios. Motivos más que suficientes para apropiarnos de todas esas hermosas promesas. Particularmente, hay uno de esos versículos, que me atrevo a pensar, es de los más leídos y escuchados, pero quizás, no tan bien meditado. Escuche: “Lampara es a mis pies tu Palabra y Lumbrera a mi camino”. Sal (119:105) De acuerdo con