Tradicionalmente
las familias de casi todo el mundo, se reúnen el 31 de diciembre con el fin
de recibir juntos el nuevo año. Ese día, regularmente se hace una fiesta, se
comparten recuerdos y se dibujan sonrisas con una cantidad de expectativas
sobre lo que “traerá el nuevo año”.
Mientras avanza
la noche al ritmo de la música, podemos escuchar a los presentes hacer una
serie de promesas para el nuevo año, casi siempre orientadas a buscar cambios
en torno a pretensiones o necesidades materiales y personales. Así entonces,
escuchamos como se comprometen públicamente, a hacer un sinfín de cosas: dejar
de fumar, volverse vegetariano, no ingerir más alcohol o drogas, hacer dietas o
ejercicios para bajar de peso, conocer algún sitio, contraer matrimonio o
separarse, iniciar una nueva carrera o culminar algún estudio, cambiar de
trabajo, etc., etc. Casi todos coinciden en dos aspectos muy relevantes:
En primer
lugar, el ferviente deseo de cumplir con dicho propósito, y en segundo lugar,
casi ninguno de ellos involucra el favor de Dios, para alcanzar sus
pretensiones.
Quizás haya algo loable en
algunas de esas promesas, en especial las que tienen que ver con mejorar la
salud física o mental. Sin embargo, me atrevo a decir sin temor a equivocarme,
que la mayoría de ellas, carecen de un verdadero significado transformador y
terminan siendo la mayoría de las veces simple palabrería, puras trivialidades
cargadas de vanidad que solo alimentan el ego, y por lo tanto, no trascienden.
En lo personal, siendo ya una
persona transformada y conocedora de la Palabra, he optado por proponerme metas
de alcanzar más personas a las que les pueda llevar el evangelio cada vez que
cambie el calendario. Aunque un poco
tarde, he entendido, que el mayor acto de amor que podamos hacer por cualquier
persona es brindarle la oportunidad de conocer el Dios de la Biblia, motivarle
a que se relacione con Él y por supuesto, que pueda comprender el verdadero
evangelio manifestado en la persona de Jesucristo. Es el mejor regalo que
podamos dar a alguien en toda nuestra existencia.
Muy seguramente vas a compartir
esta fecha con hermanos, padres, tíos, cuñados, suegros, hijos, primos y
amigos, aprovecha entonces la oportunidad para que, en una pequeña oración
de año nuevo, le des gracias al Padre por la vida y el amor que compartes
con los allí reunidos, agradece también por el nuevo año, que lo reconocemos
como una nueva oportunidad para edificar nuestra fe en la medida de conocerle y
entenderle.
Pídele perdón por la terquedad y
la necedad de aquellos que aún no lo buscan, que aunque confiesan creer en Él,
aun no le conocen y por lo tanto, andan en desobediencia. Dile además que
prometes vivir cada día con optimismo y bondad. Pídele por ti y los tuyos mucha
paz, alegría, fuerza, prudencia, misericordia, y sabiduría; pero, sobre todo,
por mucha prosperidad espiritual para que los corazones de todos los allí
presentes, se ablanden y permanezcan llenos del Espíritu Santo.
Dale gracias por la salud, por las flores, las plantas
y los animales, por el aire, la tierra, el agua y el sol; por las alegrías e
incluso por los momentos difíciles y de dolor, pues en estos, es precisamente
cuando ponemos nuestra fe a prueba y esperamos confiados en su misericordia. Permite
amado Padre que los aquí presentes vean la vida desde tu perspectiva y no desde
la nuestra. Solo así podremos aprender, que la vanidad del hombre es insulsa,
pasajera y pretenciosa, que lo verdaderamente importante en nuestra existencia
es el gozo de poder trascender, para volver a compartir en tu presencia.
Pídele por las personas que a lo largo de estos meses
amaste, en especial tu cónyuge, tus hijos, hermanos, cuñados, sobrinos y demás
familiares. Ruega también por las personas que te dieron la mano y por aquellos
a los que pudiste ayudar, con los que compartiste la vida, el trabajo, el
dolor, la alegría y sobre todo tu Palabra.
Que para este próximo año que comienza, sea el
Espíritu Santo quien gobierne todos nuestros días, danos felicidad y enséñanos
a repartirla a otros. ¡Amén!